Cita del día

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CITA DEL DÍA: «A los ídolos no hay que tocarlos: se queda el dorado en las manos» (Gustave Flaubert).

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lunes, 30 de noviembre de 2020

Mi sobrina Paula (3 de 9)

REEDICIÓN (edición: 09/03/2014)
 




Comentaba un día su primo Joaquín que no sabía si estaba más orgulloso de ella por lo inteligente que era o por lo buena que estaba. Y así es. Paulita nos ha salido una morenaza lista, guapa, alta y bien plantada. La agudeza puede venirle perfectamente de sus progenitores, pero no así su estatura. En la familia de mi cuñado —el padre de la criatura— los hombres de la mía éramos considerados altos porque llegábamos al 1.75 y mi hermana —la madre— debe andar por 1.60. 

Desde su más tierna infancia mostró su temperamento. Su madre —allá cada cual con sus apreciaciones exageradas— hablaba claramente de mala leche. Además decía que la había heredado de ella, por lo que en ocasiones tenía complejo de corregirla. Recuerdo unas deliciosas vacaciones familiares que pasamos en Santa Pola. La niña debía andar por los dos años escasos. Fuimos de visita al puerto y, cuando decidimos volver, a ella le pareció que todavía no había llegado el momento de hacerlo. Alguien dijo: "Déjadla, que cuando vea que nos alejamos se acojonará". Y comenzamos a andar, mirando de reojo. Todavía estaría allí, con los brazos cruzados y el morrete torcido, si no hubiéramos vuelto a buscarla. 

Su madre —que siempre ha ejercido de responsable hermana mayor de nosotros siete— le imbuyó desde pequeña el amor a la familia hasta tal punto que, al acostarse por las noches, la cría le decía que prefería le contara historias de cuando éramos niños mejor que los cuentos tradicionales. Siempre me emocionó que, a pesar de vivir a más de 400 kilómetros, cuando venían no solo no nos extrañaba sino que se alegraba mucho de vernos. Tan bien dispuesta la encontramos que quisimos convertirla en depositaria de nuestras vivencias familiares para que no se perdieran en el olvido, pero no sé en qué momento debimos pasarnos un pelo y decidió que bueno estaba lo bueno pero hasta cierto punto. Y desde entonces andamos buscando infructuosamente otro sobrino que aguante nuestras batallitas sin descojonarse de nosotros. 

Mujer de principios, siempre ha huido de aprovecharse de su condición de hija única con padres sin demasiados problemas económicos para allanar el camino hacia sus objetivos. 

Con clara vocación por la medicina desde pequeña, se licenció, aprobó el MIR y actualmente está cumpliendo en un hospital de Madrid su ilusión de hacer la especialidad de intensivista.
 


María (2)                                                Página principal                                               Guillermo (4)

lunes, 23 de noviembre de 2020

Mi sobrina María (2 de 9)

REEDICIÓN (edición: 24/10/2013)

 




Quise que el primer hombre que le regalara unas flores en su vida fuera su padrino, pero llegaron tarde. Cuando llevaron el ramo a la clínica donde había nacido ya habían dado de alta a su madre, mi hermana. Unos años más tarde, con mis más optimistas expectativas sobre mi ahijada ampliamente superadas, apareció la tarjeta entre mis recuerdos:

 

Querida ahijada:
No había querido decirte nada hasta ahora, porque eras demasiado pequeña para comprenderme; pero han pasado ya tres días desde tu nacimiento y como intuyo que eres aguda, creo que ya va siendo hora de que alguien empiece a considerarte y hablarte como a una persona adulta.
Recibe en primer lugar mi felicitación por haber venido a este Mundo. Habrá muchos agoreros que se encargarán de decirte que es un Valle de Lágrimas, pero no les hagas caso. Tú eres la prueba más evidente de que no es así. 
Tienes todos los condicionamientos favorables para ser feliz. Aunque estemos hartos de decir que todos los recién nacidos sois iguales, pecará de falta de sensibilidad quien no se haya dado cuenta de lo guapa que eres y de lo mucho que prometes. Pero sobre todo has tenido suerte de nacer entre quienes has nacido. Conozco bien a las personas que van a rodearte y, aunque tienen sus cosillas, te puedo asegurar que merecen la pena. Ya irás conociéndolas tú también.
Confío en que tus padres sepan estar a la altura de las circunstancias. Estoy seguro de que van a quererte casi tanto como yo y de que buena voluntad no va a faltarles, pero no sé si sabrán apreciar y tratar el diamante que Dios ha puesto en sus manos. De todas formas no te preocupes, porque pienso vigilarles de cerca. Espero que el error más grande que cometan contigo sea la elección de tu padrino. Supongo que podrás perdonarles algún día. 
Seguiremos en contacto.
En estos desconcertantes primeros momentos de tu vida, quiero testimoniarte con un beso muy especial lo orgulloso que me siento de ser...
Tu padrino.

Entre las muchas cualidades que adoro de María sobresale una que las preside a todas: su naturalidad. Posee el cada vez más anormal don de ser normal. No tiene doblez. Va siempre de cara. La llamamos, como  Gila a su abuela, la espontánea. Como además es  buena  por encima de todas las cosas, nunca ofende. El día que me diga que estoy viejo y chocheo, como sabré que estará haciéndolo con la mejor intención y desde su buen criterio, le daré las gracias y me lo haré mirar. Por el momento estoy tratando de disimular, para ver si puedo seguir engañándola todavía durante algún tiempo.

Un día de los muchos en que observo a mi ahijada con la autocomplacencia de ser su padrino, se me ocurrió mirar a su alrededor y me di cuenta de mi falta de originalidad. No vi  más que sonrisas de satisfacción y felicidad. Unos padres orgullosos babeaban ante su sola presencia. Un marido enamorado trataba de compensar sus desvelos (consiguiéndolo), colmándola de atenciones. Un hermano prendado desplegaba sus alas protectoras, sin darse cuenta  de que por encima estaban las de ella procurando que nadie se aprovechara más de la cuenta de la generosidad de su tatico. Y unas abuelas embelesadas. Y unos tíos encantados. Y unos primos ganados. Y unos amigos conquistados.

Pero  todavía guardaba lo mejor de sí misma para alguien que estaba por llegar y ya ha venido: Ariadna. Pudiéndola traer al mundo con cuatro kilos y trescientos gramos, para qué iba a andarse con mariconadas. El otro día la bautizamos y, visto su desarrollo, hasta el último momento  estuvimos dudando si aprovechar para darle también la primera comunión. Un tesoro para la familia. La hija más afortunada para  la  más  grande de las madres.

Siempre ha sido la  primera en apuntarse a una juerga, pero también la primera en tirar del carro familiar en los momentos amargos.

Así es María. Mi entrañable ahijada. La hija que me hubiese gustado tener si algún día hubiera tenido una hija.

 

Joaquín (1)                                                  Página principal                                                  Paula (3) 

domingo, 15 de noviembre de 2020

Entre la vida y la muerte


ENLACE

 

La madre de  Juan fue una joven que, abandonada a su suerte por su acomodada familia por haberlo  concebido  fuera del matrimonio, dedicó su vida al único objetivo de que a su hijo no le faltase de nada. Cuando se hizo mayor y dejó de serle necesaria, la ingresó en una residencia y no volvió a verla hasta el día de su entierro.

El único calor familiar que recibió la anciana en los últimos años de su vida fue el de Pilar, la mujer de Juan, que iba a verla todos los días. Diríase que la hija era ella, además de una inmejorable y comprensiva  esposa  capaz de perdonar a su marido todas  sus infidelidades y desprecios.  

Cuando se encontró entre la vida y la muerte, una conciencia desconocida  hasta entonces le  impidió dar el visto bueno al repaso de su vida que pasó por su mente en unos instantes. Al darse cuenta de que había entrado al túnel del que tantas veces había oído hablar, se hizo el firme propósito de luchar contra ese estado de placidez que estaba invitándole a traspasar serenamente la luz que había al fondo. Aunque por su difunta madre ya era  demasiado tarde  para rectificar, necesitaba regresar a la vida para tratar de compensar a su mujer por lo mucho que le debía. Fue en ese momento cuando vislumbró,  agitándose en medio de la luminosidad, los brazos de quien le había traído al mundo. Estaba ofreciéndole su abrazo de bienvenida.

 

CONTINUARÁ…

 

martes, 10 de noviembre de 2020

Mi sobrino Joaquín (1 de 9)

REEDICIÓN (edición: 24/05/2013)
 




Cuando nació Joaquín habían  transcurrido veinticinco años desde que mi madre se tomara el merecido descanso tras dar a luz a mi hermana la pequeña, su séptimo hijo. Era el primer eslabón de una nueva generación y en absoluto supuso excepción a la regla de que el que da primero da dos veces. Fue acogido con la tremenda ilusión de ser el primer nieto y el primer sobrino de mi familia. Los más sensatos decían que habíamos olvidado lo listos que son los niños. Los demás pensábamos, sin atrevernos a manifestarlo, que a los padres de Einstein también les parecería un fuera de serie su Albertico y estaban en lo cierto. El abuelo, que nunca fue demasiado cortado en sus manifestaciones, perteneciendo evidentemente a este segundo grupo se salía claramente del discreto comportamiento general. El que no quisiera darse cuenta de que ese niño había sido bendecido por los dioses con una mente privilegiada era imbécil. Y si hacía falta establecer comparaciones con los inútiles de sus hijos a esas edades, no había ningún problema. Con unos pocos meses tenía una lucidez que la mayoría de nosotros no habíamos alcanzado al hacer la Primera Comunión.

Creo que aún no había cumplido los tres años cuando decidí poner a prueba su agudeza y los resultados fueron tan espectaculares que estuve a punto de formar grupo aparte con mi padre. Cogí ocho o diez cuartillas. En la parte superior de cada una de ellas hice un dibujo distinto y en la inferior escribí el nombre del correspondiente objeto. Después de habérselos enseñado varias veces, el niño nombraba correctamente el objeto tapándole el dibujo y enseñándole solo el letrero.

Los primeros pasos del chaval en el mundo de los ordenadores y videojuegos no hicieron más que reforzar mis argumentos. Recuerdo cuando los Reyes le dejaron una Nintendo, con un juego de fútbol. Toda mi  ilusión era leer el libro de instrucciones, con objeto de poder enseñarle  lo que tenía que hacer para que el futbolista moviera el balón. Cuando fui a explicárselo comprobé avergonzado que, sin que nadie le hubiera dicho nada, estaba consiguiendo que su delantero marcara un gol de chilena por toda la escuadra. Con el paso del tiempo fui dándome cuenta de que todos los críos de esa generación venían de fábrica con un chip, del que los mayores carecíamos, que les permitía hacer intuitivamente muchas de las cosas que nosotros teníamos que esforzarnos para aprender. En el fondo me tranquilizó llegar a la conclusión de que mi sobrino era simplemente inteligente. A menudo había oído que los superdotados tienen más dificultad para ser felices.

Siempre he pensado que una de las cosas más difíciles en esta vida es educar a un niño. Más complicado cuanto más numerosas son las familias. Dos padres para corregir, frente a los abuelos y los tíos para malcriar. En este caso incluso se daba la circunstancia de que mi cuñado, el padre de la criatura, con frecuencia se pasaba a nuestro bando como si no fuera con él la cosa. En  más de una ocasión nos hizo reír diciéndole a su hijo con todo el morro del  mundo: "Como se dé cuenta tu madre de lo que estás haciendo te vas a enterar".

El caso es que el chaval,  por las dotes educadoras de mi hermana o de milagro, nos salió muy civilizado. Incluso he de decir que reeducó a sus mayores. Nos ayudó a evolucionar. Gracias a su comportamiento nos convencimos de que un chico por el hecho de llevar una cresta de pelo teñida, un piercing o un pendiente, no tenía necesariamente que ser un delincuente.

Ese es mi sobrino Joaquín. El primero. Sin necesidad de que él  lo haya fomentado, aunque tampoco le importe, sus primos también han asumido su condición y la respetan. El primero es el primero y luego vienen todos los demás.



Lucía (9)                                                    Página principal                                                   María (2)