Desde su más tierna infancia mostró su temperamento. Su madre —allá cada cual con sus apreciaciones exageradas— hablaba claramente de mala leche. Además decía que la había heredado de ella, por lo que en ocasiones tenía complejo de corregirla. Recuerdo unas deliciosas vacaciones familiares que pasamos en Santa Pola. La niña debía andar por los dos años escasos. Fuimos de visita al puerto y, cuando decidimos volver, a ella le pareció que todavía no había llegado el momento de hacerlo. Alguien dijo: "Déjadla, que cuando vea que nos alejamos se acojonará". Y comenzamos a andar, mirando de reojo. Todavía estaría allí, con los brazos cruzados y el morrete torcido, si no hubiéramos vuelto a buscarla.
Su madre —que siempre ha ejercido de responsable hermana mayor de nosotros siete— le imbuyó desde pequeña el amor a la familia hasta tal punto que, al acostarse por las noches, la cría le decía que prefería le contara historias de cuando éramos niños mejor que los cuentos tradicionales. Siempre me emocionó que, a pesar de vivir a más de 400 kilómetros, cuando venían no solo no nos extrañaba sino que se alegraba mucho de vernos. Tan bien dispuesta la encontramos que quisimos convertirla en depositaria de nuestras vivencias familiares para que no se perdieran en el olvido, pero no sé en qué momento debimos pasarnos un pelo y decidió que bueno estaba lo bueno pero hasta cierto punto. Y desde entonces andamos buscando infructuosamente otro sobrino que aguante nuestras batallitas sin descojonarse de nosotros.
Mujer de principios, siempre ha huido de aprovecharse de su condición de hija única con padres sin demasiados problemas económicos para allanar el camino hacia sus objetivos.
Con clara vocación por la medicina desde pequeña, se licenció, aprobó el MIR y actualmente está cumpliendo en un hospital de Madrid su ilusión de hacer la especialidad de intensivista.