REEDICIÓN
(edición: 05/10/2012)
Parece
que fue ayer y ya va para veinte años. La verdad es que lo hicimos de manera
ejemplar. De mutuo acuerdo. Sin rencores. Hubo un amago dos años antes, pero
terminaron pesando los recuerdos. Volvimos cuando aún no habían transcurrido
seis meses, pero nos dimos cuenta enseguida de que lo nuestro estaba más que
sentenciado. Se había perdido la ilusión de los primeros años. La costumbre era
un argumento demasiado frágil para seguir dándole consistencia a nuestra unión.
Todo lo que fuera prolongarla demasiado iba a ser perjudicial para que
pudiéramos terminar como los buenos amigos que somos actualmente.
Nunca
he sido precursor de nada y mucho menos lo fui de niño. Todos mis compañeros
del equipo hablaban de sus experiencias, mientras yo seguía manteniendo que lo
único importante en esta vida era jugar al fútbol. Llegó un momento en que la situación se hizo insostenible,
porque tampoco quería que dudaran de mi hombría.
Mi
relación contigo fue egoísta al principio, porque te utilicé para
reafirmarme como macho cuando todavía no habías empezado a gustarme. Aunque
nuestras primeras prácticas no fueron precisamente satisfactorias sí que me sirvieron para salir airoso en las
conversaciones de vestuario, antes de que fuéramos a encontrarnos con nuestros
padres que venían a buscarnos. Me adornaba todo lo que podía, como supongo harían también mis colegas.
Estaba
cantado que tú y yo íbamos a terminar formalizando relaciones. A ti parecía
venirte bien cualquier cosa que sucediera con nosotros, por lo que dejabas que
fuera yo el que decidiera al respecto. Mis incertidumbres del principio se
fueron disipando, hasta que llegamos a hacernos inseparables. Todo fue mucho
más sencillo cuando dejamos de depender de nuestros progenitores para
desplazarnos. Vosotras pudisteis incorporaros al grupo de amigos y a nuestros
planes. Sin embargo, cuando llegaba a casa, te echaba en falta continuamente.
Por eso recuerdo con especial ilusión el día en que mi padre, poniéndose
trascendente, me dijo que sabía de nuestra relación y que podía llevarte
siempre que quisiera.
Compartí
contigo mis veinticinco años más felices. El plan más atractivo carecía de
sentido si tú no estabas a mi lado. No entendí el significado del verbo necesitar hasta que entraste en mi vida.
Y hasta que saliste. Al principio fue duro, aunque me ayudara el convencimiento
de que la decisión tomada había sido la correcta. Aún así no he dejado de
pensar en ti un solo día de estos veinte años. Al principio con verdadera
añoranza. Ahora ya con la serenidad que da el paso del tiempo.
Tengo
que contártelo, aunque entenderé si me mandas al carajo. Llevo pensándolo
desde hace unas semanas. Todavía es demasiado pronto, pero me gustaría
compartir contigo los últimos años de mi vida. Cuando ya no vayan a acusarte de
hacerme daño ni a mí de irresponsable, porque unos meses de más o de menos ya no tengan importancia. Cuando
pueda entregarme a ti sin complejos, mi amada cajetilla de cigarrillos.