REEDICIÓN (edición: 07/02/2012)
Ya sé que tú no tienes la culpa. Que has nacido para servir de ayuda, pero quieren ascenderte a la categoría de chollo. Que pretenden echar sobre tus espaldas la osadía de quienes aspiran a ser universitarios, sin merecer siquiera estar alfabetizados. Creen que es un atraso estudiar ortografía, existiendo tú. Y aprender a multiplicar, habiéndose inventado las calculadoras. Y leer un libro, teniendo la televisión. Y que les suspendan, pudiendo aprobarles. Pero tampoco ellos son los culpables, ni mucho menos sus profesores. Unos y otros son víctimas de los de siempre.
El caso es que a ti te han programado para reconocer “haber”, “valla”, “aremos” y “hay”, pero sin entrar en análisis morfológicos ni significados de las palabras. Bastante haces.
“Haber si alguien me dice lo que ha llovido”.
“Será mejor que valla a abrir la puerta”.
“Aremos la siembra mañana”.
“Puedes guardar hay el abrigo”.
“Puedes guardar hay el abrigo”.
Nuestro héroe se felicita después de haber puesto semejante sarta de burradas. Efectivamente, no le has subrayado ninguna palabra en rojo. Levanta el pulgar orgulloso y manda el escrito a la impresora. Seguramente se sorprendería si alguien escribiera:
“A ver si alguien me dice la cantidad de lluvia que puede haber caído”.
“Esa valla impide que vaya a abrir la puerta”.
“Aremos hoy la tierra y mañana haremos la siembra”.
“El abrigo hay que guardarlo, pero ahí”.
“Esa valla impide que vaya a abrir la puerta”.
“Aremos hoy la tierra y mañana haremos la siembra”.
“El abrigo hay que guardarlo, pero ahí”.
Tampoco serviría de nada. Al fin y al cabo, lo importante es que se entienda. Estas chorradas antiguas, como la ortografía, no sirven más que para hacer perder un tiempo que podrías dedicar a materias más interesantes.
“Ningún estudiante español sin unos buenos conocimientos de inglés”, dicen nuestros sesudos padres de la patria. Y los discípulos de sus maravillosos planes de enseñanza suspiran por incorporar a sus currículos un elevado nivel en la lengua de Shakespeare, que es la que realmente mola. A Cervantes que le den por donde amargan los pepinos. ¿A quién le importa el segundo idioma más hablado en el mundo?