Cita del día

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CITA DEL DÍA: «A los ídolos no hay que tocarlos: se queda el dorado en las manos» (Gustave Flaubert).

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miércoles, 27 de enero de 2016

Pescar sin caña






Un insignificante detalle pudo haber enturbiado la que se presentaba como una feliz jornada de pesca: los pescadores olvidaron llevar las cañas. Como eran hombres de recursos, fueron al pueblo más próximo para tratar de ponerle remedio al asunto. Un vecino les encauzó hacia el único bar que había. El dueño les dijo que cañas no, pero que podía darles cerveza de botellín. Les pareció bien y se quedaron allí hasta que se hizo la hora de regresar. Como también eran positivos llegaron a la conclusión de que, para haberse dejado la herramienta en casa y tener el mar a más que quinientos kilómetros, sería injusto pensar que habían perdido el día teniendo en cuenta que cada uno de ellos llevaba una buena merluza.


sábado, 23 de enero de 2016

Las cuatro estaciones






Como cada uno anhela lo que no tiene, todo el mundo la envidaba y ella envidiaba a todo el mundo. Vivía en un maravilloso lugar de trescientos habitantes, en el que siempre hacía lo que los forasteros llamarían buen tiempo y ella denominaba anodino. Disfrutaba cuando chateaba con personas de otros lugares, que se quejaban de calor y tan solo unos meses después se lamentaban del frío. Suspiraba por necesitar ropa distinta para cada época del año. Por tener que subirse el cuello del abrigo, ponerse un pasamontañas, ajustarse unos guantes y liarse a bolazos de nieve con sus amigos. 

El día que se le apareció el genio de la lámpara enseguida pensó en la primavera, el verano, el otoño y el invierno, con todas sus consecuencias. Le ofreció solo un deseo y ella le respondió que era un rácano, pero cambió de opinión cuando puntualizó que pedir cuatro estaciones distintas podía considerarlo dentro de la misma solicitud. Convinieron que su ilusión se haría realidad el día de su cumpleaños, para el que quedaba una semana. La pasó comprando ropa de todas clases, haciendo planes y con unos nervios tremendos. La última noche apenas pegó ojo. En cuanto creyó que había tenido que amanecer se echó de la cama y fue corriendo a la ventana. La temperatura era similar a la de cualquier otro día a esas horas. Lo que sí vio a lo lejos fue cuatro edificios desconocidos. Se vistió rápidamente y se dirigió a inspeccionarlos. Cada uno de ellos estaba presidido por un letrero: estación de ferrocarril, estación de autobuses, estación de metro y estación de tranvías.


lunes, 18 de enero de 2016

La dichosa cola



Piano de cola



Reunidos los desconcertados estudiantes de español, ante la dificultad que estamos encontrando para comprender si la cola con que los carpinteros reparan los muebles es un pegamento o es que implican su órgano viril en la tarea, si las batas de cola son vestidos con volantes o prendas holgadas que se colocan al final, si se dice que las personas hacen cola porque están guardando turno en hilera o porque son fabricantes de pepsi, si cuando se comenta que los perros mueven la cola es porque menean el rabo o porque tienen esa habilidad con el falo, si cuando se jalea una cola se está haciendo referencia a un pene de considerables dimensiones o a un culo bien plantado, si en el caso de que hubiera aviones del sexo femenino también tendrían cola... 

Solicitamos que a lo de los carpinteros se le llame pegamento, que los vestidos con volantes sean vestidos de volantes, que las personas hagan siempre turno en hilera, que los perros tengan rabo y pene, que al culo se le jalee como culo y a la verga con cualquiera de sus innumerables nombres que no llevan a equívoco, que la cola de los aviones sea la parte de atrás... Que la palabra cola, en definitiva, sea utilizada única y exclusivamente para referirse a la semilla del árbol ecuatoriano de las esterculiáceas, así como a la sustancia estimulante extraída de la misma y a las bebidas refrescantes que la contienen. 

Es gracia que esperan de los hablantes de tan rica y hermosa lengua, por cuyo favor les quedarán muy agradecidos.


jueves, 14 de enero de 2016

Indios y vaqueros



Desde niña había sido educada en el odio al hombre blanco, culpable de que una tribu grande, libre y feliz como la suya hubiera sido desposeída de sus tierras para terminar pudriéndose arrinconada en una reserva. No tenía que hacer esfuerzo alguno para demostrar que el mensaje le había calado hondo, porque el mero hecho de cruzarse con algún vaquero a menos de diez metros le producía verdaderas arcadas. A pesar de que los chicos de su edad le invitaban a adaptarse a los nuevos tiempos ella jamás les hizo caso, ganándose el respeto entre las personas más mayores. 

Estuvo muchos días dándole vueltas al asunto. Terminó pensando que, aunque seguramente nunca se atrevería a dar el paso delante de todo el mundo, tampoco hacía daño a nadie satisfaciendo su curiosidad en la intimidad. Una vez tomada la determinación se metió con un paquete en su habitación y dio dos vueltas a la llave. Cuando acabó de ponérselo abrió la puerta del armario. El espejo de la misma le confirmó lo que había sospechado. El vaquero le hacía un culo precioso.


domingo, 10 de enero de 2016

Error subsanado






El trabajo de la brigada de estupefacientes de la ciudad había alcanzado un nivel que rayaba lo impecable. Podía decirse que tan solo un camello descontrolado impedía que la satisfacción del inspector Romerales fuese completa. Muchas de sus horas de insomnio las pasaba dándole vueltas machaconamente al asunto, hasta que una noche creyó que se le había podido encender la luz para solventarlo. Tratando de no despertar a su mujer se vistió apresuradamente, cogió el coche, se dirigió a la comisaría y sin mediar palabra con los policías que estaban de guardia bajó al archivo. Allí pudo comprobar aliviado que, efectivamente, el problema era Jacinto. Desde que por coquetería se sometiera a cirugía plástica para quitarse una de las dos gibas, había desaparecido de su control porque alguien lo había archivado equivocadamente en la sección de dromedarios.


miércoles, 6 de enero de 2016

Esa eñe no se toca






El cabrón de Papá Noel le trajo un teclado sin la eñe, pero a él le pareció una buena idea. Pensaba que era una letra obsoleta, que no tenía sentido alguno en los tiempos actuales. Si los ingleses pasaban sin ella, nosotros también. Nada tan sencillo como sustituirla por la ene. Se sintió orgulloso de que a partir de ese momento aportaría su granito de arena, desde su blog, para convencer a los académicos de que lo mejor para todos sería eliminarla del abecedario.

Enseguida se dio cuenta de que había convertido su país (España) en una tela gruesa semejante al terciopelo. Al felicitar el año a sus amigos le respondieron que ese orificio lo tenían más o menos igual al del resto de las personas. Y cuando fue con ellos a la peña observó que en vez de pasarlo tan bien como siempre estaban todos tristes. Quizá fuera porque habían sustituido tomarse unas cañas por arrancarse unos a otros los cabellos blancos. Cuando quiso explicar lo guapa que estaba la parienta al volver de la peluquería, en vez de entenderle que le habían hecho un moño pensaron que llevaba un simio en la cabeza. Lo peor fue cuando en un arrebato fue a meterle mano y se pinchó con el vértice del cono. Al cambiarle el pañal a su hijo, además de las moscas, acudieron las abejas. Por querer manifestar que era un soñador le entendieron otra cosa y se quedó con pedorro de mote para el resto de sus días. Viendo un reportaje sobre cómo se acuñaban las monedas, se quedó dormido. Queriendo cortarse las uñas, se cortó las unas y se olvidó de las otras. Los cristales del coche se le empañaban con pan rallado. Interpretaron que estaba ocioso (mano sobre mano), cuando lo que quería decir era que se había topado con dos aragoneses follando.

Menos mal que el 6 de enero llegaron los Reyes Magos de toda la vida. El regalo que más ilusión le hizo fue un teclado con nuestra entrañable, representativa e insustituible letra eñe.


sábado, 2 de enero de 2016

El banco del parque






El matrimonio de Paco y Juani estuvo siempre presidido por la austeridad, no solo por depender del sueldo de un modesto obrero como él, sino también por la manera de ser de ambos. Preferían esperar a tener el dinero contante y sonante antes que pedirlo prestado. El único crédito en que se metieron en su vida fue el de la hipoteca sobre el sencillo piso que adquirieron en su barrio de toda la vida. Los estudios del hijo los pagaron con horas extraordinarias y trabajos de limpieza por las casas en que ella se embarcó. Cuando el chaval se licenció y encontró un buen trabajo, pudieron empezar a ahorrar para complementar la pensión de la jubilación. Llegado el momento, Paco salía temprano por la mañana a dar un largo paseo y terminaba leyendo el periódico en un banco del parque. Siempre el mismo. Allí conoció a Manolo, un ejecutivo de unos treinta años menos que él, que se sentaba a su lado para descansar de su trabajo de calle antes de volver a la oficina. Al principio se limitaban a saludarse, pero poco a poco empezaron a entablar conversación y terminaron teniendo una buena relación. Lo mejor de la charla solía ser interrumpido por la salida de los niños de un colegio cercano, por lo que el joven le propuso cambiar de banco. Y de esta forma los plazos fijos de los ahorros del matrimonio se fueron convirtiendo en acciones preferentes de la entidad bancaria en que trabajaba Manolo.