Cita del día

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CITA DEL DÍA: «A los ídolos no hay que tocarlos: se queda el dorado en las manos» (Gustave Flaubert).

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viernes, 27 de noviembre de 2015

Consejo de charcutero






Como le ocurrió a Enrique, en muchas ocasiones no llegan a superarse experiencias como esa. A la tensión de tener apoyada en la sien durante interminables segundos una pistola cargada, empuñada por una mano temblorosa con el índice apoyado en el gatillo, se unió la incertidumbre de no saber si su mujer estaba en casa y lo que habían podido hacerle. Físicamente no le quedaron secuelas de la paliza que le dieron después de atarlo y amordazarlo, pero psíquicamente pasó de ser el rocoso soporte de la familia a un perrillo faldero dependiente de Pilar. Afortunadamente el hijo ya estaba en el negocio y se hizo cargo del mismo, por lo que económicamente pudieron seguir tirando sin demasiados problemas.

Felizmente la mujer había salido media hora antes. Unos ruidos despertaron al hombre de la siesta. Cuando fue a ver lo que ocurría, se encontró a los dos ladrones de frente en el pasillo. Uno de ellos sacó una pistola. No le dio tiempo de plantearse si estaba cargada, porque con los nervios le soltó un disparo entre las piernas antes de encañonarle. 

El abogado de los delincuentes planteó la defensa desde la insolvencia de ambos, la perspectiva de una familia bien posicionada económicamente, unos objetos de valor que habían sido recuperados por la policía y unos daños psíquicos que supuestamente iban a ser temporales. La sentencia se adhirió al planteamiento y al poco tiempo estaban en la calle para reinsertarse en la sociedad si lo consideraban oportuno.

Al principio nadie relacionó la ausencia de Enrique durante unas horas con lo ocurrido, aunque enseguida se fueron atando cabos. El día anterior había acompañado a su mujer de compras. En la charcutería Pilar le preguntó al dependiente si estaría bien conservado en el frigorífico el embutido que se llevaba, a lo que este le respondió que los chorizos como mejor iban a estar es colgados. Él se mantuvo callado y pensativo, tratando de asimilar en su trastornada mente el comentario.

Los periódicos del día siguiente recogían la noticia de que dos hombres recién salidos de la cárcel habían aparecido ahorcados en uno de los árboles más apartados del parque.


domingo, 22 de noviembre de 2015

Aquellos extraños tiempos






Corrían aquellos tiempos en que las velas náuticas eran cilíndricas y estaban hechas de cera. Como los barcos que las portaban se encontraban siempre inertes al no recibir el impulso eólico, los frustrados marineros se dedicaban a prenderles fuego por la punta mientras rezaban el rosario. El viento se aburría y dejaba el puerto para ir a las velas de las iglesias, que eran de tela y tenían formas abiertas. En consecuencia los candelabros se movían a sus anchas haciendo peligrar la integridad física de las beatas, que acudían a los actos religiosos con casco. 

Nadie se mostraba pendiente de los pendientes, porque además de estar totalmente terminados no tenían inclinación alguna. Los chorizos no subían el colesterol, porque se limitaban a ser amigos de lo ajeno. La agudeza visual de los ojos de las agujas era muy superior a la de los halcones peregrinos. Las sierras montañosas no aserraban ni la mantequilla. Las cercas estaban cada vez más lejos. En vez de manos, se daban pies de pintura. Las fotos no se pegaban en los álbumes, sino que se acariciaban. Los zorros eran los putos y las zorras las listas. Los moluscos machos también tenían concha. El vino nunca llegó a venir. No se afeitaban con hojas, sino con páginas. En la parte de abajo del pie no estaba la planta, sino la raíz. Los botones abrochaban sus prendas de vestir con corchetes. Las facturas se abonaban con estiércol. Las transacciones de compra y venta de valores no se hacían en la bolsa, sino en la vida. Los borrachos no cogían una tajada, sino la totalidad. Los platos de las bicicletas no tenían piñones, sino nueces. Las antenas de los insectos no eran parabólicas. A nadie le gustaba bailar con la salsa, sino a la parrilla. Las latas no daban el coñazo. Estaba prohibido apuntar con un arma; siempre con papel y lápiz. Las arcadas de los puentes nunca vomitaban. Los obstáculos no se sorteaban, sino que se podían elegir.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Manolo y Maruja (cuento)






Así como en los tiempos actuales las personas viven como animales, hubo otros en que los animales y algunas cosas vivían como personas. Fue en aquellos en los que tocó desarrollar su existencia a Manolo y Maruja. El marido tenía una fortaleza física fuera de serie, gracias a la cual no le faltaba nunca trabajo. La esposa se dedicaba a sus labores y a parir sin conocimiento. En cuanto salía en celo se ponían a ello, hasta que se quedaba preñada. Nada más destetar a los hijos, antes de llegar a encariñarse demasiado de ellos, se los vendían a un fabricante de armas. Como los pagaba bien y los escrúpulos no eran el fuerte de la pareja, nunca llegaron a preguntar para qué los quería. Y así fueron transcurriendo los años, hasta que Manolo perdió su hidráulica fuerza y a Maruja le llegó la menopausia. Como habían sido dos gatos previsores, no les faltaron recursos para vivir holgadamente durante el resto de sus días. Lo único que echaron en falta fue los nietos, pero algún tributo tenían que pagar por haber ido desprendiéndose de todos los gatillos que habían tenido.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Coleccionista de muñecas






Desde niña le gustaron las muñecas, pero no le dio por coleccionarlas hasta cerca de los treinta años. Reunir ejemplares le resultaba complicado, porque todos tenían que ser robados. Nadie vendía, ni mucho menos regalaba. Se fabricó en madera lo que ella llamaba mi casita de muñecas. En cuanto conseguía una nueva disfrutaba haciéndole un hueco entre sus congéneres. Cuando conocía el nombre de su dueño se lo incorporaba en un letrero, escrito en perfecta caligrafía. Los fines de semana se pasaba horas muertas limpiándolas y puliéndolas. Sin embargo se encontró con el problema de que cada vez se fue estrechando más y más el cerco, hasta que terminó siendo descubierta y detenida por la policía. Había dejado a más de cincuenta personas mancas, para quitarles la articulación de una mano con el antebrazo.


lunes, 9 de noviembre de 2015

El día señalado






Había terminado por resignarse a ser entregada al hombre que otros habían elegido para ella. No sentía rencor alguno hacia quien al fin y al cabo también iba a cumplir órdenes. En ningún caso pretendía responsabilizarle de ser el impedimento para hacer realidad su sueño de casarse con el amor de su vida. La culpa era de quienes le mandaban. Como no podía suceder de otra manera, a un día tan señalado le había precedido una noche prácticamente en vela. Trató de mitigar con el maquillaje las secuelas del insomnio y el sufrimiento. Se había hecho recoger el pelo en un discreto moño, por considerar que era el peinado más adecuado para la ocasión. La austeridad, que siempre había realzado su elegancia natural, presidía su atuendo. Ninguna joya. Una voz le indicó que estaba llegando el coche de caballos que pasaba a recogerla. Su respuesta fue ponerse en pie sin decir palabra y dirigirse con paso firme al portón de salida. Con el morbo de quienes observan a una res camino del matadero, un montón de ojos se posaron en ella cuando apareció en el umbral. El trayecto lo pasó absorta en sus pensamientos, hasta que alguien le abrió la portezuela y le ayudó a bajar. A menos de veinte metros estaban las escaleras. Hasta llegar a ellas sintió un ligero temblor en las piernas. En lo alto lo vio a él por primera vez, esperándola inmóvil con la solemnidad de un verdugo. Cuando estuvieron frente a frente lo miró fijamente a los ojos. Notó que era incapaz de aguantarle la mirada, ni siquiera al amparo del pasamontañas que le cubría la cabeza, antes de invitarle con un gesto a poner el cuello en el cepo de la guillotina.