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Aquel día sus padres tuvieron la ocurrencia de llevarle al cine, para que viera la película de esa bruja que volaba con un paraguas. Hasta entonces su vida había transcurrido felizmente. Se relacionaba bien con otros niños y llevaba los primeros años de sus estudios por encima de la media.
Supercalifragilisticoespialidoso fue el principio de su tragedia. Todo el mundo sabía pronunciarlo, menos él. Tanto llegó a acomplejarle, que perdió la confianza en sí mismo y empezó a fallar en las calificaciones escolares. También dejó de alternar con sus compañeros de clase, por miedo a que en las conversaciones se le atravesaran las palabras largas y se rieran de él.
Lo que en principio se diagnosticó como un problema pasajero que se corregiría fácilmente con un poco de atención profesional, resultó todo lo contrario. El tiempo fue transcurriendo, los psiquiatras sustituyeron a los psicólogos y el chico se hizo hombre sin haber terminado los estudios más elementales, ni aprendido un oficio.
Tan desesperado estaba, que un día decidió investigar por su cuenta en internet. Cuando descubrió que su problema era una fobia a la que denominaban hipopotomonstrosesquipedaliofobia, ni supo pronunciarlo, ni su corazón pudo resistirlo.
“Te amo (tu ma), y yo (tu pa)” fue todo lo que sus padres se atrevieron a ponerle en la cinta de la corona de flores.