... digo Diego |
Agustín, el padre, tenía muy claro que su primer hijo varón se llamaría como él. La madre le recordó que Jorge era el nombre con que había soñado desde que tuvo su primer atisbo de instinto maternal. Juan, el padrino, amenazó con dejar de serlo si no se lo hacían tocayo. La abuela comentó que habiendo tenido la suerte de que hubiese nacido el día de San Bonifacio, sería ofender al santo no ponerle un nombre tan precioso. Para la hermana no existía otro que Pablo, el de Alborán. Nadie quería bajarse del burro, pero en lo que sí se pusieron de acuerdo fue en que eran demasiados nombres para un niño tan pequeño. En consecuencia, donde el padre había dicho Agustín, la madre Jorge, el padrino Juan, la abuela Bonifacio y la hermana Pablo, todos terminaron diciendo Diego. Y todos pensaron que hubiera sido un error llamarle de cualquier otra forma. Y cada uno de ellos estaba seguro de que la idea había sido suya.