Mi
primer ordenador tenía 24 megas de capacidad en el disco duro. Es cierto que
han pasado 22 o 23 años, pero resulta alucinante pensar que en uno de los
actuales cabrían 100.000 como aquél. Entonces me daba la sensación de que iba a
servirme para toda la vida, porque metía todo le que quería y apenas ocupaba
espacio. Sin embargo 5 o 6 canciones de las que se pueden bajar actualmente por
internet lo hubieran llenado.
Olvídate
del escritorio, de los iconos, del Windows, del
ratón y por supuesto de internet. Todo eso ha ido saliendo después. El
sistema operativo era el MS-DOS. Las instrucciones se daban por escrito. Para
empezar a ver colores e imágenes tenías que entrar en un programa y ejecutarlo.
Tuve la suerte de que en El Corte Inglés me regalaron un cursillo, de
unas pocas horas, para adaptarme a mi nueva afición. Me tocó un profesor muy
práctico, que se dedicó principalmente a quitarnos el miedo de enfrentarnos a
lo desconocido. Nos dio las instrucciones más elementales para empezar a
funcionar y nos dijo que a partir de ahí nos
iríamos complicando según necesidades y ganas. Y así fue en mi caso.
Siempre
que había oído hablar de los virus informáticos pensaba que eran una tomadura
de pelo. ¡Cómo iba a pillar la gripe un ordenador! ¿Se la podía contagiar yo?
¿Me la podía pasar él a mí? No tardé mucho en dejar de tomármelo a broma. El
ordenador empezó a hacer cosas raras. Al principio pensé que era mi
inexperiencia, pero llegó un momento en que no daba pie con bola y decidí
consultar. Enseguida detectaron lo que podía ocurrir y me dieron un programa
para escanear el disco duro. Cuando empecé a ver que tenía un montón de
ficheros infectados por el virus de Jerusalén, empezaron a entrarme picores.
Me dijeron que era el famoso viernes 13, que se había introducido a través de
un programa de tratamiento de textos y se había activado al encender el
ordenador en esa fecha. Como todavía no había guardado nada importante, me lo
formatearon y a funcionar de nuevo. Para que no volviera a ocurrirme lo mismo
(al menos con ese virus) me dijeron que cuando fuera a llegar otro “viernes 13”
cambiara la fecha del ordenador a “sábado 14” para engañarlo. Así lo hice y no
volví a tener problemas.
De
mis primeros juegos hay tres de los que guardo especial cariño. El primero de
ellos fue uno de golf. Todo era mucho más simple que lo hecho actualmente, pero a mí me parecía una maravilla. Sin haber jugado
nunca me familiaricé con la terminología de ese deporte, incluso con las maderas o hierros que hay que
utilizar en cada momento. Podías jugar en los campos más importantes del mundo,
en distintas condiciones climatológicas y del
terreno. También tenías la
posibilidad de construir tu propio campo. Yo me lo hice, inspirándome para la creación de algunos
hoyos en un manual de cruceta que tenía mi madre. Uno de ellos era una chica paseando en bicicleta.
En el lazo que llevaba en el pelo estaba el punto de salida y en el plato de la
cadena el green.
El
segundo juego era el 1on1, al que ha jugado casi todo el mundo que tenía
ordenador en aquella época. Michael
Jordan y Larry Bird competían en un partido individual de baloncesto y
tú te encarnabas en uno de ellos. Lo mismo podría decirse de El príncipe de Persia, aunque creo recordar que
éste fue algo posterior. Aquí tu personaje era el príncipe en cuestión y tenías que superar
unos cuantos niveles para rescatar a la princesa. No se olvide que en los tres
juegos comentados (salvo los usuarios de nivel que ya tenían joystick) debías
defender tu suerte con el teclado. Realmente llegabas a coger auténtico callo.
Pronto
me picó el gusanillo de la programación.
Me compré un libro de basic básico y empecé a hacer cosas sencillas para jugar
con los sobrinos. Poco a poco fui complicándome
la vida, siempre dentro de unos límites. Me resultaba apasionante ir
resolviendo los problemas que me iba planteando, con la confianza de saber que
cuando algo salía mal era por mi culpa, porque este animalico no se confunde
nunca. Terminé haciendo una versión casera de Cifras y Letras y otra del
tradicional Mastermind.
El programa que más llegue a dominar fue el
DBase III Plus, pero a eso le dedicaré otro escrito.
Creo
recordar que mi segundo ordenador ya llevaba incorporado Windows y el ratón,
pero yo nunca he sido muy rompedor en mis comportamientos. Pensé que prefería
ser fiel a mi MS-DOS y al teclado y no quise hacer uso de las innovaciones
tecnológicas. Más tarde ya no pude negarme a la evidencia y me adapté a los
nuevos tiempos.
Con
ese segundo ordenador me incorporé a lo que debía ser un preludio de lo que más
tarde ha sido internet. Era un sitio en el que podías intercambiar correos y chatear, pero con dos graves
inconvenientes. El primero (también sucedió en los inicios de internet) que
dejabas el teléfono incomunicado. El segundo, el precio. Aunque me advirtieron,
me confié. El importe de la primera factura triplicó el habitual, que ya de por
sí era alto con una madre amantísima y cuatro hijas repartidas por la geografía
nacional. Le pague la diferencia a mi padre y fui mucho más prudente en su
utilización. Solo me conectaba para recibir mensajes y mandar los que
previamente había escrito estando desconectado. Debía salir la conexión sobre
los 10 euros la hora. Así conocí a Cristina, mi primera amiga hecha a través de
este mundo virtual.