ENLACE |
Procediendo de una familia humilde, la
vida me
ha premiado el esfuerzo en mi trabajo con un estatus económico y social con
el que nunca hubiera podido soñar. Estoy
casado con una mujer joven y guapa, a la que adoro, y tengo un hijo brillante
al que estoy preparando para que, cuando yo falte, se haga cargo de mis
negocios.
Renuncié al amor para salir de la miseria,
casándome con un hombre rico que me lleva cuarenta años. Pensé que ese sería el
único tributo que tendría que pagar por la elección, pero resultó ser un mezquino
que no encuentra en el dinero otra razón
de existir que amontonarlo. Para colmo, está inculcando a nuestro hijo sus artimañas
de prestárselo a gente desesperada, cobrándole intereses de usura, para terminar quedándose con sus propiedades.
La avaricia de mi supuesto padre nos impide llevar una vida acorde con su desahogada situación económica. Cumple con el dicho de que el cornudo es el último en enterarse de que lo es y no será porque mi madre, con el paso del tiempo, no haya ido perdiendo la prudencia y la compostura. Por su avanzada edad y mala salud, él no me preocupa. No puedo decir lo mismo de ella, con muchos años de vida por delante y ganas de resarcirse de no haber podido gastar lo mucho que le hubiese gustado. Algo tendré que ir pensando para quitármela de en medio cuando llegue el momento.