REEDICIÓN (edición: 04/11/2015)
CUENTO CLÁSICO REINVENTADO
Buscando el otro día por la red cuentos tradicionales para recordarlos y reinterpretarlos a mi manera, me topé con este que no conocía: El traje nuevo del emperador. No es un cuento infantil al uso, con brujas, ogros, lobos y madrastras para acojonar a los críos, sino una sencilla lección rebosante de enjundia y aplicable a muchos órdenes de la vida. Voy a contarlo tal y como lo he leído, sin añadir, quitar, ni deformar nada por mi cuenta. Después pasaré a comentar las semejanzas que he encontrado en él con nuestro entorno real.
Un rico emperador tenía debilidad por los trajes y no escatimaba oro para pagar a los tejedores y sastres más prestigiosos. Un día que se presentaron ante él dos estafadores haciéndose pasar por especialistas del tejido y la costura, le convencieron de que le entusiasmarían los atavíos que eran capaces de hacer y les adelantó una buena suma de dinero para ponerles a prueba. Transcurrido un tiempo acudió un ministro en su nombre a darse una vuelta por el taller y observó que allí no había nada. Los embaucadores hicieron como que le enseñaban maravillosas telas y terminaron convenciéndole de que así era en realidad, por lo que emitió un informe más que favorable. Sucedió lo mismo con un segundo emisario, hasta que el emperador se impacientó y acudió en persona a comprobar el trabajo que estaban realizando. Pensó que sus súbditos lo considerarían un inepto si no era capaz de ver lo que otros antes que él habían observado, por lo que se dio por satisfecho y condecoró a quienes le habían engañado. Cuando presidió el siguiente desfile militar nadie del pueblo se atrevió a contradecirle, dando todo el mundo por hecho que iba impecablemente vestido. Tuvo que ser un niño el que, desde su inocencia, les abriera los ojos preguntando por qué el emperador iba en calzoncillos.
Los emisarios pueden representar perfectamente al pueblo español. Un pueblo todavía acomplejado después de cuarenta años, por haber estado otros tantos anteriores en una dictadura. Creyendo que lo que tenemos es lo mejor que nos puede pasar, considerando lo que tuvimos. No vayan a pensar que somos fachas si decimos que nuestra supuesta democracia es una puta mierda.
El emperador se asemeja a nuestro jefe del estado. Sabe que su figura no se adecúa a los tiempos, por lo que es mejor no llamar demasiado la atención. Pase lo que pase y vea lo que vea. Mientras el pueblo esté relativamente tranquilo, él también.
Los embaucadores son los de siempre: nuestros políticos. Da lo mismo cigarras que hormigas; los que arruinan el país vendiendo humo, que los que dicen levantarlo exprimiendo a los que menos tienen para dárselo a los bancos. Turnándose unos con otros en el poder cuando los votantes se han hartado de sus fechorías. Incapaces de ponerse de acuerdo en otra cosa que no sea respaldarse entre ellos en el latrocinio.
El niño puede ser un extraterrestre que pasaba por aquí y está alucinado. Establece contacto con su planeta para decir que en el lugar donde ha aterrizado habitan unos individuos mansos, que se dejan explotar por unos cuantos malnacidos que viven a su costa convenciéndoles de que su labor es imprescindible e impagable.