Cita del día

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CITA DEL DÍA: «Cualquier tiempo pasado fue anterior» (Nieves Concostrina).

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martes, 28 de junio de 2016

Sonrisas (3)












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martes, 21 de junio de 2016

Sonrisas (2)












Sonrisas (1)                                              Página principal                                              Sonrisas (3)

martes, 14 de junio de 2016

Sonrisas (1)












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sábado, 4 de junio de 2016

Una sencilla operación






Es asombrosa la sangre fría de Eva. Cualquiera de nosotros llevaría semanas dando el coñazo y ella acaba de decirnos, como de pasada, que mañana le hacen una sencilla operación en el brazo. "Me han dicho que va a durar menos de una hora". Se ha sorprendido de que le hiciéramos tantas preguntas y reído cuando hemos comentado que a todo el mundo —menos a ella, al parecer— le impresiona que le duerman, aunque solo sea por un rato. "Para esas tonterías no te duermen". Creo que todos hemos pensado que, aunque fuera con anestesia local, no dejaba de ser una intervención quirúrgica. Ha seguido quitándole importancia cuando nos ha dicho que no teníamos que ir a verla a ningún sitio, porque pensaba volver a continuación a casa y por su propio pie. Hemos escotado todos los colegas para que cuando regrese se encuentre nuestro cariño en forma de ramo de flores.

Cuando hemos llamado a su domicilio para interesarnos por cómo había ido todo, nos ha cogido ella misma el teléfono. Se nos ha descojonado al preguntarle si tenía ganas de visitas, respondiéndonos que pensaba acudir a tomar unas cañas con nosotros como todos los días. Cuando ha llegado la hemos recibido con una ovación. Nos ha agradecido las flores, pero también ha dicho que estábamos locos. Al empezar a arremangarse para enseñarnos el brazo, Ángel ha tenido que sentarse para no desmayarse. Nos hemos sentido ridículos cuando hemos visto que la sencilla operación era un 1+1=2 que le habían tatuado. Su vigésimo tatuaje. Ya podía estar tranquila la cabrona.


lunes, 30 de mayo de 2016

Onésimo



Diccionario en clave de humor (54)



Pondré en conocimiento de Vuecencia que me llamo Pascual López Jiménez, de oficios varios y una sola afición. Ya en la mili me dijo un sargento que como tuviera en la vida tan buena puntería como con las armas iba a ser padre de familia numerosa. Y en esas estamos. En un permiso dejé preñada a la Pili, mi novia de entonces. El capitán tuvo a bien darme otra semana para legalizar la situación. Cuando nació mi Pascualillo, el 20 de marzo de 1972, ya me había licenciado. Por aquello de una sola afición que decía al principio, antes de un año ya éramos cinco de familia, porque el día de San Valentín de 1973 Dios bendijo nuestro matrimonio con dos preciosas niñas: Pilar como su madre y Carmen como la mía. Pretendiendo que no se apagara la llama de nuestro amor, me empeñé en que no terminara el año sin haber sido padres de nuevo y así fue cómo, en día tan señalado como el de Navidad, vino al mundo Jesús, que heredó su nombre del Niño con mayúscula que también acababa de nacer y de su abuelo materno. El quinto no fuimos a buscarlo, pero vino igualmente. Nos lo trajeron los Reyes en su día de 1975 y, como no nos gustaba Epifanio, le pusimos Antonio por mi padre, por mi abuelo, por los muchos más Antonios que ha habido en mi familia y por San Antonio, a quien tanta devoción le tenía mi abuela. Mi mejor amigo tuvo a bien apadrinarnos el que nació para Todos los Santos del mismo año y le correspondimos llamándole Juan, que es su nombre. Pedro y Elena vinieron juntos en el día del Pilar de 1976. Heredaron la onomástica de dos miembros ya fallecidos de ambas familias, a los que se les tenía especial aprecio. La operación de apendicitis de mi mujer hizo que remoloneáramos un poco y estuviésemos más de catorce meses sin tener hijos. Fue el 28 de diciembre de 1977 cuando nació José, el noveno, al que llamamos así por ser el primer nombre sencillo que se nos ocurrió para evitarle Inocencio, que quería ponerle el mangonero del cura que lo bautizó por aprovechar el santo del día. Tan solo unas semanas después me dio un jamacuco, que se suponía pasajero pero de cuyas consecuencias no he vuelto a ser el mismo. Empecé perdiendo el apetito —se sobrentiende que el de alimentos— y terminé tan mal de la cabeza como hoy me encuentro, hasta el punto de dejar de controlar las fechas de nacimiento y los nombres de mis hijos posteriores. Fue entonces cuando metieron mano en el asunto las alcahuetas de las amigas de mi mujer, resultando que actualmente soy padre de unos cuantos hijos más, con unos nombres tan horteras como de rebuscada pronunciación e imposible localización en el santoral. Sin antecedentes familiares, ni siquiera locales, han entrado a formar parte de la prole —desconozco en qué orden y con qué fechas— Jessica, Jennifer, Elizabeth, Jonathan, Christopher, Bryan, etc., por supuesto con los apellidos López y García. 

Y en esta situación me hallo, dejado de la mano del Altísimo y de toda su cohorte celestial. Hace dos meses nació nuestro último hijo, por el momento. Me preguntó mi mujer si sabía el número que hacía y por no reconocerle que había perdido la cuenta le respondí que el enésimo. Como resulta que está un poco sorda, acabo de enterarme de que le sonó bien y le hemos llamado Onésimo. El nombre no me gusta, pero por lo menos sé que se lee como se escribe y que su santo es el 16 de febrero.


jueves, 26 de mayo de 2016

La mejor careta






La señorita Mercedes había avisado con tiempo suficiente a las niñas para que pudieran preparar los trabajos sin prisas. Llegado el día de la presentación de los mismos, nadie en la clase pudo objetar que las dos caretas finalistas eran las mejores. Sin embargo cada una de las alumnas responsables —Ana y Cayetana— había llegado a la suya por caminos totalmente diferentes. 

Ana aprovechó el fin de semana para realizar unos cuantos diseños. Los sometió a la opinión de su familia antes de quedarse con uno. Después escogió como material para llevarlo a cabo la pasta de papel. Recordó que había sobrado de las figuras hechas con sus padres y hermano para incorporarlas al belén las pasadas fiestas navideñas. Tuvo que pelear con varios bocetos antes de que uno terminara de convencerle. Al definitivo moldeado de su careta le dedicó unas cuantas horas más. Una vez concluida fue pintándola y retocándola hasta que pudo darle su visto bueno. A continuación le hizo dos agujeros por los que meter la goma de sujeción, la cual había sido forrada con una tela de colores que había cosido son suma paciencia porque lo suyo no era la costura. Cuando culminó su obra la contempló con la satisfacción de que había merecido la pena la dedicación empleada.

Hasta la víspera de la entrega Cayetana había olvidado por completo el trabajo, pero su orgullo le impedía presentar cualquier cosa. Le pidió dinero a su madre y fue con la Yoli a la tienda donde en ocasiones habían comprado materiales para fiestas de disfraces. La dependienta le felicitó por su buen gusto, porque enseguida le había echado el ojo a la mejor careta. La pagó sin rechistar y al regresar a casa la dejó junto a la cartera, para que no se le olvidara llevarla al colegio al día siguiente.

No fue esa la primera ocasión en que los profesores compañeros de la señorita Mercedes se habían cuestionado si el certificado de aptitud pedagógica le habría tocado en un sorteo y si la sensibilidad la tenía en las nalgas. Se subieron por las paredes cuando, después de haberles explicado el esfuerzo de una y otra alumna, les dijo haciéndose la graciosa que como las dos caretas eran bonitas y una careta no deja de ser una máscara, se había decantado por la más cara y le había dado el premio a Cayetana.