Acuarela de Pepe Farrés en IN SITU |
Cuando
mis hermanos y yo les contamos sucesos de nuestra infancia a hijos y sobrinos,
en muchas ocasiones se nos quedan mirando con una sonrisa de incredulidad, como
esperando a ver cuándo les decimos que nos estamos quedando con ellos. Al darse
cuenta de que la cosa va en serio, derivan el gesto hacia una mueca de
extrañeza con la que parecen preguntarse: “¿De qué siglo habrán salido éstos?”.
La verdad es que no me extraña, porque yo mismo me sorprendo de la evolución
(en casi todo positiva) que se ha producido en los últimos… Claro. No te
cachondees. Ya sé que a determinadas edades casi todos los recuerdos tienen más
de cuarenta años, pero aún así. A veces parece que nos haya traído el túnel del
tiempo desde la Edad Media.
Por
mis entradas más recientes (Creer o no creer, Los enemigos del alma, El limbo y Los nueve primeros viernes), diccionario y citas al margen, podría decirse que
he encontrado un filón en los asuntos religiosos. Tengo que reconocer que dan
mucho juego, sobre todo para quienes nos educamos en colegios de curas y
monjas. Me atrevería a decir que éstas todavía tenían los pies mucho más
alejados del suelo que sus colegas varones. Hoy voy a acordarme especialmente
de ellas. La experiencia de una madre y cuatro hermanas en sus aulas me
respaldan.
La
estructura piramidal de la Iglesia resulta una contradicción al mensaje de
Cristo, que es a quien se supone está representando. En los colegios religiosos
sucedía (¿sucede?) tres cuartos de lo mismo. Nada que ver la madre superiora, a
la que mis hermanas mayores todavía tenían
que hacerle la reverencia, con la modesta hermana portera. Patéticas
interpretaciones de la religión que supuestamente estaban enseñando, con
marcadas diferencias en el trato a las niñas de pago y a las que no lo eran. Mi
madre nos contó que en sus tiempos, pretendiendo tomar ejemplo de Jesús cuando
lavó los pies a los apóstoles en la Última Cena, un día al año montaban una
representación en la que una alumna rica debía rebajarse a hacer lo
mismo con las pobres. ¡Con dos ovarios!
Pero
no hace falta que me remonte una generación. Recordaré algo sucedido en la mía,
vivido por mis hermanas en primera persona. Las diferencias entre las niñas de
pago y las becarias seguían existiendo, hasta el punto que aquéllas salían del
colegio por la puerta principal y éstas por una lateral, a la que llamaban la
de los carros por razones obvias. Todo esto sucedió así hasta que un alma
caritativa les hizo caer en la cuenta de la burrada que estaban haciendo.
Entonces la mente lúcida del convento, tratando no solo de enmendar el error
sino también de compensar por el tiempo que habían estado haciéndolo mal, dio
la siguiente instrucción: “A partir del lunes las niñas becarias
saldrán por la puerta principal y las de pago por la de los carros”. Y
así se hizo sin que nadie lo remediara.
Me encanta la acuarela y la anecdota Chema y gran abrazo, 3.19, dulces sueños
ResponderEliminarMira a ver si te vas a dormir, Reginita, que no son horas para que una niña esté levantada. :)
EliminarMe alegra que te hayan gustado.
Un fuerte abrazo.
No me cachondeo pero tampoco te obsesiones tanto con la edad porque todavía eres un chaval con buena memoria :) (y ahora cuidado con no creértelo)
ResponderEliminarMi madre también me hablaba de los episodios oscuros de la iglesia y de las humillaciones consentidas en momentos determinados, en tiempo de comuniones por ejemplo. Había hasta una tercera categoría, los nobles venidos a menos, como era el caso de mi abuela.
Me gusta la nota de esperanza con la que acabas el texto.
Un fuerte abrazo, Chema.
Si me guardas el secreto te diré que yo me encuentro cada día más joven y más guapo, pero no es cuestión de ir haciendo alarde. Prefiero presumir de viejo antes de que me lo llamen. Voy a ver lo que has escrito. Un fuerte abrazo, Karima.
EliminarCreo que lo de hacer salir a las ricas por la puerta de los carros no fué para compensar, no les entraba en la cabeza que salieran todas por la misma puerta!!
ResponderEliminarUn saludillo.
Lo de "mente lúcida" pretendía decirlo con ironía. Evidentemente lo que se hizo fue cambiar una imbecilidad por otra, para seguir haciendo las cosas mal.
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