El
que fuera director de la Real Academia Española de la Lengua
durante doce años, actualmente del Instituto Cervantes, fue un día catedrático de Literatura Española en
la Facultad de Filosofía y Letras de
Zaragoza. Y yo tuve la suerte de estar allí y ser alumno suyo.
Pensó
don Víctor que su asignatura (Literatura Española del Siglo XVI) era demasiado
extensa para poder profundizar en ella, por lo que decidió centrarse en un
aspecto concreto de la época sobre el que es un experto: la novela picaresca. Pensado y hecho.
Primer trimestre para el Lazarillo de Tormes, segundo para el
Guzmán
de Alfarache y tercero para el Buscón. Como los tercios de una
faena taurina, pero con la duración de un curso escolar. El paseíllo duraba
toda la clase, porque no llegaba a sentarse tras la mesa destinada al profesor.
Durante todo el tiempo iba recorriendo los pupitres, impartiendo su magisterio
entre los que teníamos el privilegio de ocuparlos. Gustándose, que es la única
forma de transmitir. Templando. Escudriñando, desmenuzando, ahondando,
rastreando, reflexionando... Se despedía diez minutos después de haber empezado
y por el reloj habían transcurrido sesenta. En ocasiones el folio sobre el que
ibas a tomar apuntes se quedaba en blanco, de tan embelesado que habías estado
con sus explicaciones.
Conservo
con especial cariño mi ejemplar de Los pecados capitales en el Lazarillo,
el trabajo que elegí para promediar con el examen. Como buen mal estudiante, se
me acumuló la faena en junio y decidí aparcarlo para septiembre. Era la única
forma que tenía de testimoniarle mi agradecimiento al profesor y no quería hacerlo de
cualquier manera. Durante los calores estivales disfruté esforzándome en él y
lo saqué adelante lo mejor que pude. Don Víctor me lo premió con una buena
calificación.
Profesores
como don Víctor García de la Concha
son los que te hacen bendecir el día que decidiste encaminar los pasos hacia
una determinada facultad. Los que te llevan a pensar que si volvieras a nacer,
independientemente de que luego la vida te lleve por otros derroteros, te
gustaría repetir la carrera que hiciste.
Catedráticos, como don Victor, son los que se apasionan y te apasionan, en el tema, te hacen transpirar, cada palabra, llegas a identificarte, te teletransportas a la situación, hasta lo trasmites en la anotación,"Renunciar a mi pasión es como desgarrar con mis uñas una parte viva de mi corazón."Gabriele d' Annunzio. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarHas captado perfectamente lo que quería decir. Parece como si hubiéramos paladeado juntos las lecciones de don Víctor, compartiendo pupitre.
EliminarLuego entro a ver “lo que nadie más ve” de tu blog, porque ahora me pillas en un ordenador sin altavoces:
http://solo-de-interes.blogspot.com.es/2012/04/ve-lo-que-nadie-mas-ve.html
Un fuerte abrazo.
Hola Macondo, en una sociedad donde la ingratitud se ha convertido en una forma de ser habitual, me ha encantado el homenaje que haces a tu profesor. Me recuerda la famosa carta de Albert Camus a su maestro, Monsieur Germain, después de recibir el premio Nobel de Literatura en 1957. Un alumno agradecido que explica a su quién le formo lo que ha sido y sigue siendo para él.
ResponderEliminarDicen que de bien nacidos es ser agradecidos.
EliminarYa he leído la nueva entrada de tu blog:
http://rentabilizatublog.com/que-esconde-un-pseudonimo-en-un-blog/
Luego, cuando tenga un poco más de tiempo, la releo y trato de ponerte algo sobre los motivos por los que puse en el mío “Macondo” en vez de “Chema”. No creas que los tengo muy claros.
¡Hola!
ResponderEliminarQué maravilla. Yo tuve un profe de lengua que me enganchó a Machado, Bécquer, la poesía y la buena narrativa. En cambio, años después, en el instituto, me traumatizaron y durante años aborrecí al Lazarillo, a Cervantes y a la literatura española que tuviese más de 40 años. Me gusta mcuho esta entrada porque valoras el trabajo de un buen profesor, y eso es impagable.
Muy feliz día.
Hay profesores que dejan huella.
EliminarGracias por venir a leerlo.
Feliz día también para ti.