El narrador encubierto

 ENLACE

—Buenos días.

—Hola.

—Diríase que la mortecina hojarasca se está poniendo al servicio del otoño, alfombrando el bulevar de cobrizos, aloques y azafranados colores…

—Pues sí. (Ha tenido que venirme de vecino al banco un aprendiz de poeta. Ahora que estaba interesante mi libro, me temo que va a joderme la lectura).

—… Haciendo juego con tus deslumbrantes ojos aceitunados. (Aunque no es para tanto la chica, estoy poniendo toda la carne en el asador para conquistarla con mi labia. Parece una presa fácil).

—Marrones de los de toda la vida; pero puede usted evitarse las descripciones, porque veo divinamente con ellos. (Encima baboso. No me ha quitado la vista de las tetas desde que se ha sentado).

—Siempre he tenido facilidad para hacerlas con elocuencia. Además, ahora, estoy obligado a explotar esa cualidad. He decidido conducir mis próximos pasos literarios hacia la creación de una novela sin narrador. La información se presentará al lector incorporándola a los diálogos de los personajes. Esta conversación contigo está haciendo las veces de experimento.

—Pues mire usted qué bien. (¡Qué tío más gilipollas!).

—No me trates de usted. Espero que esta sea la primera de muchas conversaciones que tengamos. Quiero que ocupes un lugar importante en mi obra... (Esta sorpresa va a ser definitiva para llevármela al huerto). Debería haber empezado por presentarme. Mi nombre es Leopoldo Gustavo.

—El mío no viene a cuento.  Si de mí depende, su novela va a quedarse en este simple microrrelato. Adiós, buenos días.