REEDICIÓN (edición: 25/09/2014)

Tiene que agacharse para darme un beso desde su metro noventa largo de estatura. Ha cumplido dieciocho años, pero yo sigo viendo en él al niño que con andares aún tambaleantes salía a recibirme cuando llegaba a casa del trabajo. A esos tiernos bracicos que se agarraban a mi cuello con todas sus fuerzas. A ese morrete flojo que me llenaba la cara de babas. A esos ojazos vivarachos que todo lo preguntaban. A esa perenne sonrisa, con dos dientecillos, que conquistó para siempre el corazón de su tío.
Se convirtió en el principal destinatario de mis enfoques, en esos momentos en que los niños todavía no tienen malicia para relacionar el objetivo de la cámara con la foto. Sin embargo en todas las del bautizo aparece dedicándome la mejor de sus sonrisas, incluso en aquella en que el cura está echándole el agua por la cabeza. Luego vinieron otras muchas, de las que salió uno de los regalos que con más ilusión he hecho en mi vida. Me costó decidir en cuáles estaba más guapo, para ponerlas en uno de esos marcos multifotos con que quise obsequiar a su madre —mi hermana la pequeña— en aquellos Reyes. Aún está presidiendo una de las paredes del salón de su casa. Todavía me recreo mirándolo cada vez que voy.
Como pensaba que no se acordaría, porque era muy pequeño, me hizo mucha ilusión cuando hace unos meses me lo recordó. Utilizábamos una cama a modo de barco de pescadores, desde la que echábamos unas cuerdas a modo de redes, que misteriosamente aparecían cargadas de gominolas a modo de peces. Su sonrisa al verlas aparecer no tenía precio. Casi siempre se olvidaba de que estábamos en medio del mar e iba a ofrecerle unas cuantas a su abuela, mi madre. Cuando regresaba montábamos un camarote con un paraguas abierto y una manta por encima, donde reponíamos fuerzas para la siguiente jornada.
Como nos ha salido un habilidoso percusionista, a los doce años entró a formar parte de un grupo infantil como batería. Ni que decir tiene que el orgulloso tito se apuntó a ser el fotógrafo oficial. Luego pasó a uno de mayores, en el que seguimos formando equipo mientras los estudios nos lo permitan.
A pesar de los actuales planes de enseñanza, sus maestros supieron inculcarle la preocupación por la ortografía y potenciarle sus facultades para la redacción. Desde niño me sorprendió por los berenjenales literarios en que se metía y su capacidad para salir mucho más que airoso de los mismos. Hace unos años entró a colaborar, con su trabajo e ideas, en una revista literaria de la red. Pronto empezará su carrera de Comunicación Audiovisual.
Es mi sobrino Diego. La unidad por la que multiplico cuando quiero hacerme una idea de lo que puede llegar a sentir un padre por un hijo.