Aquél
partido contra el Zaragoza, al que acudió de la mano de su padre por primera
vez al Bernabéu, resultaría decisivo en dos aspectos de su vida: su madridismo
y su profesión. Hasta entonces había visto fútbol en la tele, pero el ambiente
del campo le cautivó. Desde ese día para él no hubo más equipo que el Real
Madrid, ni otra ilusión que llegar a ser periodista deportivo para poder contar
los éxitos merengues.
La
fidelidad a uno de los dos equipos españoles que se reparten casi todas las glorias
no resultó complicada. Lo de la carrera fue otro cantar, teniendo en cuenta que era hijo de un modesto obrero.
Pero sus padres hicieron el esfuerzo y el chaval supo responder, sacando los
cursos con excelentes calificaciones. Había terminado cuarto, por lo que ya solo le quedaba rematar
la faena.
Casi
no recordaba que había dejado allí su currículo, cuando le llamaron del
periódico. Colgó el teléfono exultante. Durante el verano iba a poder
desarrollar, como becario en el diario de sus sueños, su vocación desde niño. Poder
tratar como compañeros a los periodistas
que admiraba, antes siquiera de haber terminado los estudios, superaba sus más
ambiciosas aspiraciones.
Al
principio le decepcionó el trabajo. No es que esperara que le ofrecieran grandes reportajes, pero sí un poco más de
protagonismo. Le daba la sensación de que lo tenían un poco como el chico de
los recados. Sin embargo no se lamentó de su suerte, porque sabía que iba a
terminar por presentarse la oportunidad de demostrar su valía. Y vaya si
sucedió.
Acudió con el compañero que cubría las ruedas de
prensa de la selección a la primera de la temporada. España acababa de
proclamarse campeona de la Eurocopa. Se iba a disputar un amistoso antes de
comenzar el Campeonato de Liga. El seleccionador nacional acudía a dar la lista
de jugadores convocados. A continuación respondería a las preguntas de los
periodistas. Minutos antes de entrar a la sala una noticia de mayor calado
había requerido la presencia del otro profesional, por lo que él se había
quedado como único representante del
periódico. Pasaba a ser el encargado de hacerle una pregunta al señor del
Bosque. Le dijeron que estuviera
tranquilo y que no se complicara la vida.

Pensó que no se le
podía pedir a un informador de casta que se tomara con calma una
oportunidad como esa, por muy amistoso que fuera el partido. Necesitaba una
pregunta que empezara a ponerle en su sitio. Que invitara a quedarse con el
apellido de quien la había formulado. Que hiciera pensar a sus jefes que no
podían dejar escapar a ese mirlo blanco
que tenían de becario.
De
repente se le hizo la luz. Había dado con la pregunta perfecta. Quizá pudiera
resultar incómoda, pero eso no debía
preocuparle a un profesional de la información. Estaba harto de que a don
Vicente se le rindiera pleitesía por el hecho de haber ganado un Mundial y una
Eurocopa. Millones de españoles, entre los que él mismo se encontraba, esperaban
que alguien tuviera el valor de sacar a
colación una cuestión que a todos seguía preocupando.
La
lista de jugadores convocados no ofreció sorpresas de interés. Las preguntas de
los compañeros que le precedieron no pasaron de un tono discreto, lo que
abonaba el terreno para que pudiera
llamar la atención que alguien se saliera de la rutina. Cuando le llegó el
turno, con una seguridad en sí mismo impropia de su bisoñez, se presentó al
seleccionador y le planteó la pregunta que podía dar la vuelta al mundo:
—¿Por
qué no va Raúl a la selección?